martes, 11 de agosto de 2009

Confesion de partes

ESTE BLOG ES UN EJERCISIO DE TORPEZAS. Y QUE PLACER...(ES COMO MI CUADERNO DE CALIGRAFÍA DE PRIMER GRADO O BIEN, MI CAUADERNO ESCOLAR DE MATEMATICAS DESGASTADO HASTA LOS HUECOS POR EL BORRADOR Y LOS FRESCOS DE MORA Y PIÑA DESPARRAMADOS EN EL BULTO. DSIFRUTENLO Y OJALA LE SIENTAN ESE OLOR RANCIO DE LAS MORAS Y EL CAS CUANDO SE PUDREN EN LAS MERIENDAS DE UN ESCOLAR.

El Hatillonauta

viernes, 7 de agosto de 2009

SOL SIETE +5

El eco del viejo re bemol siete apareció, otra vez, resoplando sobre las heridas de su memoria que aun se resistía ante la posibilidad de haber olvidado la letra de aquel bolero, cantado tantas veces junto a las más grandes voces de las Antillas. Empezaban entonces por aparecer tres secuencias de triadas mayores, y luego suspendidas que dibujan una melodía lejana, en la que no conseguía hilar más de cuatro acordes y que terminaban por dar al traste con la pieza. Quizás pretendiendo inventar un artificio contra el olvido, había pasado las últimas noches dedicado a silbar, una y otra vez, escaleras de sonidos que en determinados giros melódicos empezaban siendo “Volver”, camuflajeandose seguidamente con “Deliro”, pasando luego por “Bésame” para terminar en “Bienvenida”, con la lejana esperanza de que en algún momento, algunas de ellas dieran con la trenza de sonidos que lo llevarían a descifrar el universo oculto tras el re bemol siete. Era en ese instante cuando volvía a recordar, lo que en aquella noche habanera de hacía tantos años, le había susurrado al oído “el guarachero de oriente” cuando el ron mulata les empezaba a cocinar la sangre: “Compay, la música es una casa de muchos pisos donde están todas las canciones, del mundo” y replico categóricamente: “incluso de las mejores canciones que aun hoy no se han inventado”. Pensaba, ahora que silbaba, que el “guarachero de oriente” siempre había tenido razón y entonces, para consolar su memoria, creía que la letra que buscaba en los intersticios de su memoria, aparecería una vez que encontrara los escalones perdidos en su recuerdo. Entonces, volvía otra vez al re bemol siete, infranqueable a su reminiscencia como las puertas condenadas de las casas viejas. Pero lo que más lo inquietaba era que en su último internamiento médico, donde había entrado por su padecimiento diabético, había recordado, en el coma de azúcar, la letra de la vieja canción que a tantas y tantos canto, en las correrías por el Caribe y que hoy lo obsesionaba hasta el silbido. En todo caso, estaba otra vez ahí, menospreciando las últimas prescripciones médicas, sorbiendo de a pocos su ron con cola, Habana club, de la reserva que solo a él, le guardaba Cheo y que conseguía acercarlo, en cada trago que ingería, a su vieja Habana y a su destino final: el mar.